domingo, 15 de marzo de 2015

"ME DECLARO REBELDE..." // De Carlos Andrés Ramírez González.



Me rehúso a creer que el amor se acaba con el tiempo. No puedo admitir que la gente cause dolor sin siquiera inmutarse, que cree tormentas personales que jamás podrán enfrentar. Le hago frente a la cobardía de los amores furtivos y le hago guardia a los amores de novelas que terminan cuando quieren, que empiezan cuando deben. Me declaro rebelde de esta sociedad corrompida por el frío y la desolación del último beso, de la primera lágrima.

Hemos perdido la capacidad de sentir y que la gente lo sepa. Somos seres individuales que perdieron el rumbo del colectivo, como ruedas sueltas, como mundo diferentes. Ya basta de lamentos y arrepentimientos vanos, ya estuvo bien de creer en el amor y la felicidad sólo por una necesidad mundana de la moral y la ética. Es necesario revivir el sentimiento y no someterse a lo estático, a lo real, a lo humano. Me declaro rebelde frente a los corazones vacíos y las palabras llenas de mentira.

No creo en un mundo sin poesía, sin escritura romántica y sin la necesidad inherente de expresar lo poco o mucho que se siente. Es terrorífico pensar en un futuro sin entrega y sin esperanzas; dando nada porque se espera lo mismo, dejándolo todo porque así son las cosas. Me declaro rebelde de los amores a medias, de los sentimientos incompletos y de la tristeza total.

Públicamente digo no ser capaz de abandonar las ilusiones de la infancia, donde se soñaban con paraísos inhabitados, con una sola mujer y con varios horizontes al atardecer. No quiero olvidar las viejas ilusiones que llenaban el corazón. No quiero olvidar los recuerdos que alguna vez torturaron, pero que siempre enseñarán. Tenemos presentes las cosas que queremos olvidar, pero dejamos de lado la que nos dejan enseñanza, las que con dolor nos muestran cómo es la vida y cómo debemos afrontarla. Somos todos poetas en potencia pues las palabras y los sentimientos son universales. Me declaro rebelde del conformismo y de la desidia de hacer lo mismo todos los días, de lamentarnos todos los días de un pasado oscuro.

Soy un incompetente al reconocer que actuemos de acuerdo a una idea errónea de sociedad; en la que se ha declarado la muerte del romanticismo, en la que se ve que a diario que el mundo es un poco peor. Es hora de desempolvar las cartas, de revivir los momentos, de recordar los secretos. Es tiempo de hacer las cosas mejor, es tiempo de una revolución. Me declaro rebelde del olvido, del frío de los años y de la necesidad de escapar.

Ya nadie cree en las películas de la tarde, en los cafés de la mañana, en los besos de la noche y las caricias de la madrugada. Hemos olvidado que el tiempo no retrocede y que cada segundo desperdiciado se marca en una pizarra invisible que solo se nos muestra cuando ya no queda más espacio dónde anotar. Cuando la muerte nos toca el pecho se jacta de encontrar piedras y cristales, fríos y fáciles de romper. Somos cobardes si hemos decidido dar poco por miedo al dolor, si decidimos ampliar el baúl de olvidos y desechar el armario de los recuerdos. El mayor acto de cobardía se da cuando negamos al mundo nuestra capacidad de quererlo, de sentirlo, de sentirnos. Me declaro rebelde de mí mismo, de todos.

¿A cuántas personas debemos lastimar para darnos cuenta que es necesario el cambio? ¿Cuántos cambios necesitamos para darnos cuenta de las personas? ¿Cuántas personas nos han lastimado sin mayor excusa que el destino? ¿Cuántos destinos diferentes necesitamos para ser felices? Me declaro rebelde de las cosas prestablecidas, de los miramientos, de las dudas y de los destinos fabricados como si el diario devenir fuera un plan, un proyecto.

Debemos hacer del mundo una obra literaria; de amor, de suspenso, de terror, de desamor. Debemos poner puntos suspensivos cuando el final no sea claro, puntos finales cuando el final sea inevitable y comas para cuando debamos agregar nuevos finales. Hacer de la vida poesía, de los amores novelas y de los amigos fábulas. Es tiempo de crear libros que abarquen vidas enteras, sin saltarse capítulos, sin olvidar nada. Encuadernar los años que pasamos y no dejar nunca de inventar nuevas páginas para los que vendrán. Que los sueños sean párrafos y los anhelos cuartillas. Me declaro rebelde de la falta de narrativas, de los libros aburridos y sin sentido que representan historias aún peores.

Ya no puedo creer que el amor no exista cuando se manifiesta todos los días en los actos más ínfimos. Es impensable que vivamos un solo día más sin la necesidad de buscar cosas que aún no queremos, que aún no encontramos. Ser rebelde es, en una sola frase, volver a creer en el amor.


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